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Aquel Torito de apellido Ayala.


Tony vino al mundo para ser un grande del boxeo. Algunos sostienen que faltó a esa cita con Hagler, Hearns, Duran y Leonard a la que estaba convidado.


Tony Ayala Jr. es ese nombre que al escucharse pronunciar enciende un brillo melancólico en los ojos de los enamorados del boxeo como fuente inagotable de virtudes.

Es un golpe definitivamente bajo o al plexo solar de los creyentes en esa fe utópica.

Es un cross de nocaut a la esperanza de creer en el boxeo como el edén de marco a las peores historias de la vida.

Ni páramo ni edén.

Su historia es una de las más atrapantes e importantes y es una historia de boxeo, pero que naufraga a mitad de camino entre lo peor del desamparo y los golpes del ring. Es un relato de un alma desorientada que se debate en dos frentes, uno externo, al cual conquista con una sublime resolución y empuje temerarios y otro interno, que lo desbarranca sin más vuelta de hoja hacia su fiereza aberrante, la de la bestia sembrada en el corazón del hombre.

No tiene final feliz. Ni tiene vuelta atrás.

Nunca fue ni será cuento para despertar ni para dormir, ni mucho menos de fantasía ni de ficción.

Aquel Torito de apellido AyalaNació y creció en el seno de una familia de apasionados boxeadores, acompañando a su padre y a sus hermanos por los festivales de peleas de su terruño de San Antonio

El Torito se calzó los guantes a la edad de 5 años y comenzó su etapa de invicto a partir de los 8. Como amateur realizó casi 150 peleas sin perder ni una, y su fama ya era notoria desde los 14 años -1977- cuando habiendo cosechado varios títulos no rentados, se embarcó en una mítica carrera de sparring para la troupe que «entrenaba» a José Pipino Cuevas.

Pipino era un conocido matador de sparrings y los muy pocos que estaban dispuestos al negocio de cambiar los escasos dólares de paga por el probable catálogo de contusiones, sabían que ser puching bag de Pipino en su época prime, era tarea bien insalubre.

El historiador de boxeo Phil Berger, cuenta en su obra «La Odisea de Tony Ayala jr.: La Furia del Peleador, La Destrucción del Hombre» la manera en que Tony padre asistía azorado a las sesiones de guantes que el brutal campeón mexicano sostenía con su hijo adolescente, pero no solo el padre del Torito fue testigo.

Tony Padilla, el conocido promotor de boxeo de San Antonio-Texas, que mantenía algunas diferencias con los Ayalas, estaba ahí la tarde en que Cuevas y el jovencísimo Tony Ayala se enfrentaban tirándose con todo.

Padilla todavía recuerda a Lupe Sánchez, que era el manager de Pipino, diciéndole a su pupilo después de la sesión, ¿‘No te avergüenza — un niño de 14 años haciéndote eso?’

Y Pipino, dice Padilla, se quedaba mascullando entre dientes ‘Increíble, increíble’.»

La fuerza interior que desataba su furia atronadora y encarnizada quería hablar con los puños algo que quizás su mente intentaba borrarse. Tony había sido apurado a crecer a fuerza de privaciones, maltratos y durezas. Había sido arrancado de una niñez violenta que hundía sus raíces en la tormenta de los abusos sexuales reiterados a los que había sido sometido desde que tenía solo 8 o 9 años. Y su aparente manera de contener, absorber, superar y sanar esos traumas fue inculpando a sus propias flaquezas.

«De niño, me culpaba a mí mismo de lo que me había pasado. Lo que me había pasado -yo pensaba- me había sucedido porque era malo, feo, desagradable, o no lo suficientemente hombre. Esa mentalidad se hizo más fuerte a medida que crecía.»


Aquel Torito de apellido Ayala.


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Y esa mentalidad fue la que comenzó a devorarle las reservas de corrección y decencia hasta eclipsarle completamente la parte más noble de su personalidad. A la par que rebozaba intrepidez para mostrarla de modo inclemente al fajarse de igual a igual con José Pipino Cuevas, se dejaba deslizar sumisamente hacia el abismo del alcohol, las drogas (heroína, cocaína) y la violencia de las agresiones sexuales hacia otros.

En 1978, un Tony Ayala de solo 15 años atacó a una desconocida en el reservado de damas de un autocine de Texas, violándola y produciéndole lesiones en órganos internos. Fue procesado como un adulto, sentenciado a 10 años de prisión, y finalmente, por la intervención de la propia víctima (compensada por Ayala con 40.000 dólares), fue conmutado a 10 años de probación atendiendo a su falta de antecedentes.

El torrente de rabia que corría por dentro buscó encausarse a partir de junio de 1980 a través del ingreso al boxeo profesional. Comenzó peleando como un mediano ligero (superwelter) y sus cuatro primeras presentaciones entre junio y septiembre de ese año, finalizaron todas con victorias por la vía del nocaut en el primer round.

No alcanzaba a develarse por entonces, nada más que una superioridad abismal en carácter, en decisión, en una completa variedad de habilidades y ortodoxias que lo colocaban como material altamente competitivo y prospecto de dimensiones extraordinarias.

El ritmo que imprimía arriba del ring solo encuentra un correlato de parecido con el Mike Tyson de las primeras épocas, o con los perros de peleas. Se ensimismaba en el trabajo de destruir al rival y no escatimaba espectacularidad ni violencia.

Su andar implacable tuvo su prueba de fuego recién en la novena presentación, frente al estadounidense Mario Maldonado, cuando después de ser tumbado por un golpe terrible en el primer round, se levantó con obstinada fiereza para arrollar como tromba al pegador de New Jersey y ganarle espectacularmente con un KO3.

A partir de ese momento, el Torito Ayala comenzó un idilio particular con las legiones de fanáticos que concurrían a festejar cada uno de sus descomunales despliegues. Esa ferviente popularidad continuaría inalterada hasta el final de su carrera.


Aquel Torito de apellido Ayala.


Las peleas del Torito entre 1981 y 1982, que van desde ese triunfo ante Maldonado hasta la pelea con el zurdo argentina Carlos María del Valle Herrera, muestran la mejor versión de sí mismo. Tenía solo 18 años y había dado muestras inconfundibles y sólidas de poseer toda la poderosa stamina, el bastimento técnico y la innata orientación de los grandes campeones.

Manejaba el paso lateral o el giro de hombros ante la descarga del rival al estilo de Toney o de Holyfield, y volvía contragolpeando inmediatamente, en el mismo movimiento. Cerraba los brazos en la pelea interna, como Archie Moore, para aguantar un embate y luego sacar sorpresivamente 5 combinaciones de ganchos y voleas a la cabeza o al cuerpo, pivotear y volver a tirar otra serie más de combinaciones.

Aquel Torito de apellido Ayala

Siempre con los brazos en alto.

Era una pieza única y a la vez un producto a la misma altura de los cuatro magníficos.

Con ese andar frío y aniquilador, que de haber continuado unas pocas peleas más hubiera sin dudas alcanzado su chance por la corona WBA en poder de Davey Moore, ya mostraba signos alarmantes de una incontrolada violencia que afloraba algunas veces con singular crudeza, como en aquella ocasión de su pelea ante Robbie Epps.

Epps había formado parte alguna vez del grupo que entrenaba don Tony Ayala padre, pero por alguna razón se había distanciado y no de la mejor manera. El Torito protagonizó ante este rival una pelea salvaje y desalmada, motorizada por una clara furia de desprecio personal hacia Epps, que ni siquiera el árbitro Dickie Cole pudo apaciguar levantándole el brazo y decretando el KOT-1.

No solo Ayala continuó golpeándolo hasta después del triunfo, sino que también continuó escupiendo a su rival vencido.

La mente de los grandes promotores tenía en el Torito Ayala al mejor de los prospectos imaginables. De solo 19 años, completo, valiente, taquillero y latino. Para un futuro choque con el panameño Roberto Durán y quizás para muchísimo más. pero como dijo el poeta norteamericano John Greenleaf Whittier (1807-1892) las palabras más tristes que se pueden pronunciar o escribir de alguien son «Podría Haber Sido».

En agosto de 1982 fue detenido por la policía en el domicilio de una mujer portando los documentos de la misma y en severo estado de ebriedad. Todavía cumplía la probación recibida en Texas por el anterior crimen de violación y fue obligado a un programa de desintoxicación por drogas.

La noche de Año Nuevo de 1983 entró a escondidas al departamento de una vecina en New Jersey, portaba un cuchillo y amenazó de muerte a dos mujeres. Luego sometió y violó a una de ellas siendo detenido por las autoridades horas más tarde, cuando en pleno frío invernal, caminaba descalzo, descamisado y solo.


Aquel Torito de apellido Ayala.


El récord del Torito Ayala fue de 31-2, 27KOs. Sus únicas dos derrotas fueron ante Yori Boy Campas y Anthony Bonsante.

Esta vez fue condenado a 35 años de cárcel por ataque sexual agravado. Pasaría los siguientes 16 años confinado tras los muros de la prisión del estado de New Jersey.

«No me quedó más opción que enfrentarme a mis demonios y a todo lo que había causado. Y eso fue lo que hice.»

La luz regresó brevemente a la vida de Ayala en 1999. De regreso a los rings en un intento de emular los pasos del formidable campeón-anciano George Foreman, Tony Ayala jr. realizó cinco exitosas peleas ante rivales accesibles, que acabaron siempre con triunfo por la vía del nocaut antes de la mitad de los rounds pactados. Parecía todo cuesta arriba para quien había retomado la senda con más de 3 kilos por arriba de su última aparición.

Para julio de 2000, ESPN2 le concedió la oportunidad de una primera gran velada a la altura de su estirpe y en San Antonio. El rival, nueve años menor, era el veterano pegador mexicano Luis Ramón «Yori Boy» Campas (74-4-0). El Torito trajinó ese combate de manera costosa y lo mantuvo con ligera ventaja hasta el sexto round.

Todo a fuerza de sus viejos recursos técnicos y su enorme corazón. Al final, la mayor juventud y fortaleza de Yori Boy Campas prevaleció en un combate de desgaste donde Tony Ayala vio escurrirse definitivamente el agua de la gloria de entre los dedos de su coraje.

En el octavo round sacó a relucir los últimos destellos de aquella rebelión interna que había sido exorcizada en sus días de prisión. Privado del auxilio de sus demonios, no salió a combatir el noveno round.

La derrota ante Campas abrió definitivamente las puertas al infierno. En diciembre de ese año, recibió un disparo de bala en su hombro izquierdo luego de mantener una discusión con una joven de 18 años. Nuevamente se supo que había intentado violarla.

De ser condenado enfrentaba cargos que ya supondrían una pena de 99 años. Los cargos fueron negociados a cambio de dinero para evitar que Tony regresara a la cárcel. Obtuvo una nueva probación y continuó en el boxeo al poco tiempo, ya casi completamente vacío de sueños. Lejos del boxeo.

La mayoría de la gente piensa que yo soy este boxeador, que en lo único que pienso es en peleas y violencia; que no me puedo relacionar con las personas. Tienen esas ideas preconcebidas de que me gusta pegarle a las mujeres, que probablemente le pegue a mi mujer. No podrían estar más lejos de la verdad. El hecho es que, pienso muy poco en el boxeo.

Para mí el boxeo es solo mi trabajo. No lo veo como un gran deporte. No lo veo como el mejor deporte del mundo. No lo veo como la única cosa de la vida. No pienso en que ganar o perder una pelea es el fin o el principio de la vida. Personalmente, hay veces en que no me importa un bledo.

Me preguntan si no estoy emocionado en tener mi primera oportunidad por el título del mundo.

-Realmente no estoy pensando en ganar un título del mundo. Realmente no me importa si alguna vez consiga ganar un título del mundo. Estoy más allá de eso. Lo que más me preocupa es la protección de mi familia. La protección de mi vida, financieramente, el terminar de pagar esta casa que acabo de comprar. Estoy pensando en mi futuro. En qué tipo de negocios estaré luego del boxeo. Esas son las cosas que me interesan.


Aquel Torito de apellido Ayala.


Entre el 2001 y 2002, encontró cuatro triunfos consecutivos, uno de ellos ante el portorriqueño Santos Cardona. Y en abril de 2003 llegó hasta su única oportunidad mundialista para enfrentar a Anthony Bonsante en la ciudad de Norman-Oklahoma. Tony era apenas una deslucida imitación de su antiguo esplendor y sucumbió nuevamente por nocaut en el undécimo.

En julio de 2004, con 41 años cumplidos, la visión del infierno tuvo su última instantánea. Luego de quebrar la aprobación del año 2000 por conducir a excesiva velocidad y serle encontrada parafernalia de drogas en el coche, y, además, por negarse a practicarse el test de narcóticos, fue otra vez detenido, juzgado y condenado. Esta vez a una pena de 10 años de cárcel. Y volvió al menos calcinante de esos infiernos.

Ayala falleció en su ciudad natal de San Antonio. Tenía 52 años.

Registros del médico forense del condado de Bexar indican Ayala murió en un gimnasio propiedad de la familia, donde él estaba tratando de construir una carrera como entrenador. No se dio a conocer causa inmediata de la muerte. (Boxinitsprime.blogspot.com)


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