Hace 50 años Antonio Gomez escaló la gloria.
Jesús Cova.-
**La nota que sigue, bajo un título parecido al que antecede a este texto, se publicó hace unos cuantos años. Hoy la reproducimos de nuevo en razón de cumplirse en esta fecha, 2 de septiembre, cincuenta años de uno de los más recordados hechos para los amantes locales del deporte de los guantes y de los puños como lo fue el de la apoteosis del cumanés Antonio Gómez en su combate de Tokio por la corona mundial del peso pluma en la versión de la Asociación Mundial de Boxeo, frente al japonés Shozo Saijo. He aquí aquel ya añejo relato, tal como lo escribimos en su momento ahora con unos que otros cambios, agregados y supresiones.
Cerramos los ojos y en un ejercicio de memoria nos parece congelar en la retina el Gimnasio Korakuen (conocido también como Metropolitan Gym), suerte de catedral boxística del Tokio de los años 70, repleto hasta el tope de expectantes espectadores, un minúsculo grupito de venezolanos entre ellos – no más de 12 o 15- y vemos también a Antonio Gómez cuando lanza, agazapado, su primer golpe, un largo, explosivo y certero jab que impacta en la barbilla al rey mundial de los plumas Shozo Saijo (o Saijyo), cuya cabeza se estremece y bambolea como la de un muñeco de cuerda.
Son un poco más de las 7:00 de la noche de un día como hoy, pero el 2 de septiembre de 1971 en la capital nipona, un poco más o un poco menos de las 8:00 de la mañana de ese día en la lejana Venezuela. (¡Cuánto tiempo y cuánta agua ha llovido desde entonces, Antonio, cuánto tiempo y cuánta agua…!)
Después de aquella larga y seca izquierda, el oriental cumanés dio unos felinos pasos laterales mientras que el oriental nipón estiraba ambos brazos y giraba repetidamente el cuello, como para reponerse de la sorpresa inicial.
Entretanto desde las dos esquinas resonaban los gritos de advertencia para ambos contrincantes. En la de Antonio, Hely Montes y Ramiro Machado, entrenador y apoderado, animaban y pedían cautela a su peleador en tanto que el técnico estadounidense Willie Ketchum, especialmente contratado por Machado para la ocasión seguía, imperturbable, las acciones.
Apenas transcurridos los primeros segundos de la vuelta, el retador disparó tres o acaso cinco veces más su jab y, al recibir uno de ellos el monarca defensor, inesperadamente, trastabilló y cayó, con los botines hacia las luces, hacia el cielo.
Los 12-15 venezolanos presentes, Carlitos González, Oswaldo “Gato” Sánchez, Sixto Dorta y con ellos 3 nos parece recordar, no estamos seguros, también el famoso locutor Delio Amado León –quien al igual que los dos primeros ya no están con nosotros–, saltaron, eufóricos, de sus asientos.
Pero nada definitivo pasó en ese instante: la caída fue dudosamente apreciada como un resbalón por el árbitro Alfredo Garzo, nacionalizado japonés, y la campana sonó para el fin del asalto que concluyó sin otras alternativas, si bien con Gómez ya como lo más parecido a un vencedor vista su solvencia técnica y la superioridad mostrada en aquellos tres minutos de la apertura del combate. Para el público lo poco que había visto les hacía presagiar un desenlace violento en cualquier momento a favor del peleador llegado desde lejos.
En cuanto a nosotros, afortunados testigos presenciales de lo sucedido aquella noche no tuvimos ni por un instante la menor duda de que Antonio concretaría su largo sueño y el de los miles de aficionados que, regados por el territorio nacional, seguían al boxeo como el deporte de su predilección.
DE INTERÉS:
Hace 50 años Antonio Gomez escaló la gloria.
4 esperanzas fallidas
Hagamos un alto, a fin de agregar pormenores que antecedieron a aquel imborrable choque.
Para Saijyo el desafío ante el criollo era la 6ª.sexta defensa del cinturón conquistado frente al mexicano-estadounidense Raúl Rojas tres años atrás y expuesto con éxito, uno de ellos frente a Pedro Gómez –hermano mayor del enemigo con quien ahora compartía el ensogado–, al cual había batido por decisión unánime el 9/2/69 en el Korakuen en su primera defensa.
Gómez, por su parte, iba a su inicial empresa en procura de una faja que, esquivamente y por largos años, había buscado el boxeo nativo.
Entre los 4 venezolanos que lo pretendieron, 3 jamás recibieron el chance titular a pesar de sus destacadas trayectorias. Fueron ellos:
- Simón Chávez, el “Pollo de la Palmita”, primer gran ídolo del boxeo nacional, vencedor de campeones y excampeones mundiales. Combatió por 10 años, desde 1930 al 45.Enfrentó y venció a los excampeones mundiales gallo y pluma Sixto Escobar, Freddie Miller y Joe Archibald. Un fino estilista, “El Pollo” ganó solo 10 por KO en sus 49 triunfos, con 23 derrotas y 7 tablas.
- Oscar “Torpedo” Calles, quien fue campeón nacional pluma y ligero. Peleó entre 1938-50, con balance de 40-15-6, 12 K0 a favor, 3 en contra, 2 de los nocauts ante el mítico rey pluma Sandy Saddler (en 5), más tarde campeón del mundo, y frente a Phil Terranova (en 10), que también sería monarca de la categoría. Murió, asesinado, al siguiente año de su retiro (1951) en un absurdo lance callejero, con unos tragos de más, en la hoy desaparecida arepera Noche y Día, al lado de la iglesia de Palo Grande, en la caraqueña avenida San Martín.
- Víctor Adams, “Sonny León” su nombre de batalla, a la par amado y odiado por el público. Tiene el mérito de haber sido quien reanimó al boxeo del patio entre 1949-60, pues llenó decenas de veces el Nuevo Circo de San Agustín en muchas de sus 80 peleas (ganó 58, perdió 14, una por KO, empató 8, con 39 nocauts), frente a una afición que en buena parte compraba el boleto de entrada con el deseo de verlo perder. Falleció el 12 de enero de 1996, hallado muerto en una calle cualquiera de Caracas, él que fue un arquetipo del “dandy”, harapiento, en penosa indigencia. Fue rey nacional gallo y pluma. Venció a una leyenda, un ya acabado excampeón mundial pluma Willie Pep, quien luego de esa derrota colgó los guantes.
- Pedro Gómez, el cual antes que su hermano menor, Antonio, buscó y fracasó en disputa del cinturón universal de las 126 libras, Fue campeón nacional de la división y dejó un registro de 25-5-2, 12 K0, 1 en contra, entre 1965-69.
Un largo y duro camino a la gloria
Conducido prudente y sagazmente por el zuliano Machado, hoy extinto, Antonio Gómez dejó Venezuela y tomó por plataforma de lanzamiento a Los Ángeles, California, y a Tijuana, Baja California, tristemente célebre en la actualidad por ser escenario de horribles crímenes por parte de los carteles del narcotráfico.
Poster de la pelea.
Para llegar al ring de Tokio aquella noche, Gómez noqueó a los mexicanos Fernando Sotelo, Julio Segura, Ray Vega y Vicente García en nueve, cinco, siete y un rounds, respectivamente, y agregó decisiones sobre el también azteca “Centavito” Hernández y el boricua Juan Collado.
En conocimiento del peligro que era el venezolano para su reinado, por largo tiempo, y con decenas de excusas Saijyo escurrió el cuerpo al retador número uno del ranking. Hasta que la AMB (WBA por sus siglas en inglés) lo obligó a la defensa.
La cita se fijó para el 2 de septiembre. Allí, en la fecha, sobre la lona y encerrados entre las 12 cuerdas (hoy son 16) y a quince tramos, Gómez iba por la gloria y Saijyo, obvio, dispuesto a mantener su hegemonía.
Una poderosa derecha
(A partir de aquí regresamos al Korakuen).
En este punto del relato sería una mentira decir que recordamos todas las acciones del encuentro. Imposible. Por ello, para contarles el resto del cuento, valga la redundancia, revisamos un viejo diario y en una reseña de la agencia AFP leemos y transcribimos de ella algunos párrafos: “La poderosa derecha de Antonio Gómez proporcionó hoy a Venezuela un nuevo título mundial de boxeo, el de los plumas, versión WBA, tras casi cinco rounds de una de las peleas más emocionantes jamás vista en Tokio. El golpe decisivo (…) vino en el quinto asalto cuando el campeón Shozo Saijo, era implacablemente castigado por la derecha del venezolano. La primera caída del japonés se produjo 30 segundos después del comienzo del quinto y último round, mediante un durísimo golpe de Gómez».
“El japonés se levantó pero el árbitro desgranó la cuenta reglamentaria de ocho segundos. Gómez se lanzó entonces al ataque, persiguiendo a su rival por todos los rincones del tinglado hasta acabarlo con tres derechazos más”. Final
No lo dice esa reseña, pero sí recordamos que antes de que el referí se interpusiera para detener la desigual confrontación –Saijyo se batió como un león herido, es justo acotarlo-, desde su esquina el hermano del ya excampeón tiró al cuadrilátero la toalla, como se estilaba para la época, símbolo de la rendición.
Antonio Gómez, un muchacho cumanés de 26 años, formado en el modesto gimnasio de su ciudad natal bajo la tutela de ese gran forjador de peleadores que fue “El Maestro” Hely Montes (por sus manos pasaron estrellas del ring como Francisco “Morochito” Rodríguez, Cruz y Alfredo Marcano, Pedro Gómez, José Luis Vallejo, Antonio Esparragoza, entre varios), era ya el mejor 126 libras (57,152 kilogramos) del orbe, el indiscutido mejor peso pluma (el mexicano Vicente Saldívar reinaba para el CMB, pero parecía inferior al venezolano) en el universo de fistiana.
Se unía así Gómez ese año al semicompleto mirandino Vicente Paúl Rondón (27 de febrero) y a su paisano el superpluma Alfredo Marcano (julio 29), para elevar a tres el número de boxeadores nativos con testas coronadas, número que creció en noviembre siguiente cuando el zuliano Betulio González fue declarado campeón por el Consejo Mundial de Boxeo a raíz de la descalificación del mosca filipino Erbito Salaverría en el controversial fallo llamado “de la botellita”, por un frasco decomisado en la esquina del tagalo que presuntamente contenía una sustancia prohibida,
Los cuatro cetros resultaron efímeros, volátiles, valga la acotación. Pero esa es otra larga historia que no encaja aquí.
Vale decir de colofón, que ahora sí y por fin los aficionados de todo el país podían celebrar la conquista de un título en la división que por años habían soñado disfrutar, entre los años 1930 y fines del 60, una larga espera de más de medio siglo.
En Tokio, y cuando una media hora o una hora después de la pelea, desde una habitación del hotel Keio Plaza dictábamos de memoria y aun emocionados al redactor de guardia Longobardo Losada Roa, palabra por palabra, una reseña, improvisada y apresurada a nuestra redacción en Caracas para el tiraje de una edición extra de El Nacional, supimos con absoluta convicción que Venezuela fue una fiesta aquel remoto 2 de septiembre de 1971.
Como el París descrito por un muy joven Ernest Hemingway, premio Nobel de Literatura de 1954, en su primera novela escrita (aunque editada póstumamente) cuando era “pobre, pero feliz.”
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Hace 50 años Antonio Gomez escaló la gloria.