Fue, esa noche, uno de los grandes momentos en la historia de Carlos Monzón como titular indiscutido de los pesos medianos. En aquellos tiempos en que solamente había dos campeones –y los aficionados recordaban los nombres de cada titular-, Carlos habia unificado las coronas de la Asociación y el Consejo tras ganarle a Rodrigo “Rocky” Valdés, el boxeador orgullo de Colombia.
Monzón fue desconocido por el Consejo en 1974 y el 26 de junio de 1976 se midió con el colombiano –que era el campeón del CMB-, en Montecarlo para unificar las coronas, venciendo por puntos en gran batalla.
Tras aquella pelea, Juan Carlos “Tito” Lectoure, el promotor del Luna Park que mucho hizo para que el santafecino tuviera su oportunidad ante Nino Benvenuti en 1970, decidió separarse del equipo.
“En tu noche más gloriosa te olvidaste de invitarme a la cena de festejo. Quedate con tu gente, me vuelvo a Buenos Aires”, le dijo a Monzón, que había viajado con su pareja, Susana Giménez.
Ahora el aspecto comercial quedaba en manos de José “Cacho” Steinberg, que venía acompañado de un largo prontuario por estafas en la provincia argentina de Córdoba.
A los 34 años, Monzón ya no quería pelear más, pero tenía que cumplir con ese compromiso por el cual cobró 500.000 dólares, la bolsa más alta de su vida.
Valdés, entrenado por Gil Clancy –histórico conductor de Emile Griffith y ex hombre clave del Madison Square Garden-, era un peleador aguerrido y temible. Ante un Monzón aburguesado, tenía grandes chances.
De hecho, en el segundo asalto, con una corta derecha, lo tuvo por el suelo a Monzón.
¡Si, Carlos Monzón estaba en el suelo y el estadio Louis II pareció venirse abajo!
El favorito de las grandes estrellas (Alain Delon, Jean Paul Belmondo, David Niven) parecía estar al borde del abismo. ¿Era posible?
Si, fue posible, pero el problema para Valdés fue que Monzón se levantó y siguió en pelea, mientras un gran corte en una ceja empezó a dejar un rastro de sangre en el rostro de “Rocky”.
Si no lo hizo, le recomendamos ver la pelea nuevamente, porque más allá de la legítima caída (Valdés no solamente era un buen pegador, sino que combinaba muy bien sus envíos) Monzón le dio una paliza inolvidable.
El referí Roland Dakin votó 144-141; Angelo Poletti lo vio vencedor por 145-143 y Kurt Halbach otorgó 147-144. Eran los tiempos en que las peleas eran a 15 rounds.
Apenas terminó el combate, se acercó a un lado del ring side y lo llamó a Juan Carlos Lectoure. Y, cuando el promotor se acercó a él, tras abrazarlo, le dijo: “Ahora sí, Tito, nunca más, ahora sí”.
Fue al primero que se lo dijo, puesto que aquella separación nunca le agradó a Carlos, quien de hecho siguió trabajando mucho tiempo junto a Tito, ahora como técnico.
Su gran lección, que todavía sigue siendo vigente, fue la de retirarse a tiempo. “Nunca se vuelve”, dicen que dijo alguna vez el gran Jack Dempsey.
“Si pudiera hablar con Monzón, le preguntaría como se hace para retirarse a tiempo”, nos confesó un día en Panamá el gran Eusebio Pedroza, quien tampoco supo hacerlo. Ni Alí, ni tantos otros pudieron resistir la tentación de un regreso.
Monzón, esa noche, dio una clase de bravura y coraje, porque se levantó de la lona y siguió en batalla. Dio una lección de sentido de agradecimiento al abrazar a Lectoure y dio una lección de inteligencia en saber colgar los guantes.
Por supuesto, no necesitó ningún gesto especial hacia Amílcar Brusa, pues el viejo entrenador fue siempre como un segundo padre para él.
Brusa fue su mentor, su entrenador, su amigo y su confidente. Y Monzón, a lo largo de toda su carrera, fue su fiel y obediente alumno.
Se retiró oficialmente del boxeo casi un mes después, el 29 de agosto, en una gran fiesta que organizó en el Sheraton Hotel de Buenos Aires a la que invitó especialmente a Rodrigo Valdés.
Concluía un reinado de casi siete años y 14 defensas de la corona, record absoluto en ese momento para la historia de los pesos medianos.
Monzón venció a Valdes y cumplió su palabra.
Carlos Monzón en 1972 fue elegido por la legendaria revista “The Ring” como el Boxeador del año, junto a Muhammad Alí y en 1983 ingresó al Hall de la Fama.
La vida se encargó de encaminarlo por otros terrenos. Terminó en la cárcel, por el asesinato de su mujer Alicia Muñiz.
Pero en este momento recordamos al hombre que en el ring lo dio siempre todo.
“Uno nunca ve la mano con la que te tiran”, le confesó alguna vez a este periodista. “Mi problema fue que esa vez la vi venir, pero no pude esquivarla. Cuando llegué al vestuario y encima me vi lastimado, me dije: “A Monzón no le pega nadie”. Y entonces supe que ya se había terminado el boxeo para mí”.