«…detrás de los golpes está la nobleza con la estrella de Belén como testigo.»
Ruperto había entrenado duro y fuerte con la esperanza de ser campeón. Su ilusión era del cielo a la tierra. Su sueño de escalar la cima mundial estaba a solo minutos en espera de la campana. Por su mente pasaron las limitaciones de su niñez, los sacrificios de sus padres, el piso de tierra y el techo de hojalata de su modesta vivienda y sus frustraciones por no poder ir a la escuela.
En el otro camerino, Rosendo, el campeón, también estaba en tensión. Ponía en riesgo lo que tanto le costó obtener. Al igual que Ruperto sus días iniciales habían sido duros, difíciles, tenebrosos.
Ambos, Ruperto y Rosendo tendrían en minutos un reto en el ring. Era la víspera de la Navidad. Nadie supo ni sabrá nunca del sacrificio de ambos.
El escenario estaba vestido de un bullicio ensordecedor. De lejos se avistaban luces rojas y verdes alusivas a la fecha. La alegría y la emoción eran vibrantes.
Damas y caballeros esperaban el momento en medio de adrenalina, licores y confort. En el centro del ring el anunciador de frac pedía paciencia porque la pelea estaba por comenzar.
Afuera, el bullicio navideño. En los camerinos, silencio y tensión. Es la cotidianidad del boxeo.
Un campeón y un retador. Dos atletas que no tuvieron momentos prenavideños porque el gimnasio lo consumió todo para alcanzar el sueño.
Mientras caminaban por el ring por la mente pasaban miles de recuerdos. Una película a mil por hora.
Bulla, histeria, gritos, pasión, emoción mientras Ruperto y Rosendo lo daban todo. Fueron doce rounds intensos…como los doce meses del año.
Entregaron todo alimentados por la esperanza de salir de los momentos duros y difíciles de la infancia. Otra vez rodaba la película de sus vidas en pocos instantes mientras esperaban el resultado.
El final fue salomónico. Un empate que le dejaba el título a Rosendo y sin nada a Ruperto.
En medio de la algarabía el silencio iba por dentro. La soledad volvió a apoderarse de Ruperto. La alegría estaba del lado de Rosendo. Y mañana era Navidad.
En la quietud familiar Ruperto con el rostro amoratado compartió con su familia su pequeña cena navideña. El fracaso y la frustración se apoderaron de su mente, pero tuvo tiempo en medio de su modesto pesebre y su discreto árbol de navidad para agradecerle a Dios por el Don de la Vida.
De pronto tres golpes tocaron a su puerta. No esperaba visita. Y no tenía nada que compartir.
Era Rosendo, su rival que vino a visitarlo con su familia, con regalos para sus niños pidiéndole la oportunidad de compartir juntos.
Se fundieron en un abrazo. Cantaron villancicos, oraron, compartieron la mesa y demostraron que más allá de los golpes y del momento de lucha por la supervivencia, hay dos seres humanos practicantes del más noble de los deportes.
Al fondo de la mesa…la estrella de Belén del modesto pesebre brillaba más que nunca.
…es la magia la navidad, la que celebran ricos y pobres.