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Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta

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Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta

Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta.


¡Cuánto tiempo y cuánta agua ha caído desde entonces, Antonio, cuánto tiempo y cuánta agua…!


Jesús Cova

Este artículo fue escrito hace diez años y publicado en un diario deportivo nacional. Con notorias enmiendas lo ofrecemos ahora para los aficionados de ayer, pero sobre todo para conocimiento de los recientes seguidores de la disciplina de los guantes y quienes, suponemos, nada saben de lo sucedido en aquella memorable pelea (memorable para la historia de nuestro boxeo), de la que este, sábado 2, se cumplieron 52 años.

Esto fue lo que escribimos entonces, con igual título:

Cerramos los ojos y en un ejercicio de memoria sentimos tener congelada en la retina la imagen del Gimnasio Korakuen (conocido también como Metropolitan Gym), templo boxístico del Tokio de los ´70-80, repleto hasta el tope por expectantes fanáticos, un minúsculo grupo de venezolanos entre ellos –no más de doce o quince- y vemos también a Antonio Gómez lanzar, agazapado, su primer golpe, un largo, explosivo y certero jab que impacta en la barbilla al rey mundial de los  plumas Shozo Saijo (o Saijyo), cuya cabeza se estremece y bambolea como la de un muñeco de cuerda.

(Serían poco más de las 7:00 de la noche de un día 2 de septiembre de 1971 en la capital nipona, poco más, poco menos, de las 6:00 de la mañana en la distante Venezuela. Pudo haber sido algo menos de las 8:00 p.m. allá. Pero la hora en realidad poco importa ¡Cuánto tiempo y cuánta agua ha caído desde entonces, Antonio, cuánto tiempo y cuánta agua…!) 

Después de aquella larga y seca izquierda el oriental de acá, el cumanés, dio unos pasos laterales mientras el oriental de allá, el japonés, estiraba los brazos y giraba repetidamente el cuello en un intento de reponerse de la sorpresa inicial. 

Entretanto, desde las dos esquinas resonaban los gritos de advertencia de rigor para los contrincantes. En la de Antonio, Hely Montes y Ramiro Machado, entrenador y apoderado, animaban y pedían cautela a su peleador mientras que el técnico estadounidense Willie Ketchum, especialmente contratado para la ocasión por Machado, miraba las acciones impertérrito.


Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta.


Apenas transcurridos los primeros segundos de la vuelta y de su primer impacto, el retador disparó tres, o acaso cinco veces más su veloz jab y al recibir uno de ellos el monarca defensor, inesperadamente, trastabilló y cayó con los botines hacia el cielo. 

Los 12-15 venezolanos presentes (Carlitos González, Oswaldo “Gato” Sánchez, Sixto Dorta – los únicos nombres que recordamos bien. Creemos, sin estar del todo seguros de que también se hallaba allí el popular y recordado locutor deportivo Delio Amado León, quien al igual que los dos primeros ya no están con nosotros- saltaron eufóricos de sus asientos. 

Nada definitivo pasó entonces: la caída de Saijyo fue dudosamente apreciada como un resbalón por el árbitro Alfredo Garzo, nacionalizado japonés, y la campana sonó para el fin del asalto que concluyó sin otras mayores alternativas, si bien con Gómez ya como lo más parecido a un vencedor vista la solvencia técnica y la superioridad mostradas en aquellos tres minutos de la apertura del combate.

Para el público, mayoritariamente local, lo poco visto les hacía presagiar un desenlace violento, inesperado e indeseado, en cualquier momento, en favor del peleador llegado desde tan lejos.

En cuanto a nosotros se refiere, afortunados testigos presenciales de lo sucedido aquella noche (Carlitos y nosotros fuimos los únicos periodistas venezolanos en el local), no tuvimos ni siquiera por un instante una mínima duda en cuanto a que Antonio lograría concretar su sueño y el de los miles de aficionados que, regados por todo el territorio nacional, seguían lo que pasaba a miles de kilómetros y que tenían al boxeo como el deporte de su predilección. 


Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta.


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Un largo camino hacia la gloria

Hagamos un alto, a fin de agregar algunos pormenores que antecedieron al choque titular.

Para Saijo el desafío era la sexta defensa del cinturón conquistado ante el mexicano-californiano Raúl Rojas tres años atrás y expuesto con éxito, uno de ellos frente a Pedro Gómez, hermano mayor del enemigo con quien ahora compartía el ring y a quien había dominado por decisión unánime en su primera defensa. 

Gómez, por su parte, iba a su primera aventura en procura de una faja que, vanamente y por largos años, había buscado el boxeo nativo.

Entre quienes lo pretendieron antes y nunca recibieron el chance de buscarlo, destacaban los nombres de Simón Chávez, el idolatrado “Pollo de la Palmita”, vencedor de campeones y excampeones mundiales  e ídolo indiscutido entre los años ‘30 y ‘40; Oscar “Torpedo” Calles, una promesa frustrada, asesinado en un absurdo pleito callejero en una noche de farra, cerca de la iglesia caraqueña de Palo Grande, en San Martín; Víctor Adams, “Sonny León”, amado y odiado simultáneamente hasta el delirio en los ’50 y ’60 por una afición que colectivamente lloraría después su pobre muerte- varios años más tarde de haber colgado los guantes- en una calle cualquiera de Caracas en condición de inopia, de total y dolorosa indigencia y la mente perdida, y antes de Antonio, su ya mencionado hermano Pedro.


Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta.


Era ese cetro pluma,126 libras o 57,152 kilos, en consecuencia, algo semejante –exagerando un poco- a lo que fuera el vellocino de oro para Jasón y los argonautas, búsqueda cantada en la mitología de la antigua Grecia.

Conducido prudente y sagazmente por el zuliano Machado, el púgil criollo dejó el país un par de años antes y tomó como plataforma de lanzamiento el estado de California (Los Ángeles) y en especial la población mexicana de Tijuana, Baja California.

Para llegar hasta el entarimado de Tokio esa tarde-noche del jueves 2, Gómez vapuleó (con excepción del azteca “Centavito” Hernández, al cual superó por estrecha decisión y del boricua Juan Collado, a quien doblegó también a los puntos) a los mexicanos Fernando Sotelo, Julio Segura, Ray Vega y Vicente García en nueve, cinco, siete y un round, respectivamente.


Poster de la pelea.

En conocimiento del peligro que representaba Gómez y con decenas de excusas Saijo escurrió el cuerpo al retador natural y Número Uno del ranking. Hasta que la WBA le conminó a otorgar la defensa.


La cita se fijó para el 2 de septiembre, como dijimos. Allí, sobre la lona y encerrados entre las 12 cuerdas (ahora 16) y a 15 asaltos, Gómez iba por la gloria y Saijo dispuesto a mantener su hegemonía.

 Una derecha poderosa y letal

 (A partir de aquí regresamos al Korakuen)

En este punto del relato sería mentir si dijéramos que recordamos con claridad todas las acciones del encuentro. Imposible recordar con precisión absoluta la totalidad de lo ocurrido en un hecho acontecido en tiempo tan remoto.

Por ello, para contarles el resto, acudimos hasta un viejo diario y en una reseña de la agencia AFP leemos lo que transcribimos; “La poderosa derecha de Antonio Gómez proporcionó hoy a Venezuela un nuevo título mundial de boxeo, el de los plumas, versión WBA, tras casi cinco rounds de una de las peleas más emocionantes jamás vista en Tokio. El golpe decisivo (…) vino en el quinto asalto cuando el campeón Shozo Saijo era implacablemente castigado por la derecha del venezolano.


La primera caída del japonés se produjo 30 segundos después del comienzo del quinto y último round, mediante un durísimo golpe de Gómez. 


El japonés se levantó, pero el árbitro desgranó la cuenta reglamentaria de ocho segundos. Gómez se lanzó entonces al ataque, persiguiendo a su rival por todos los rincones del tinglado hasta acabarlo con tres derechazos más”. Fin.

(No dice esa reseña, pero el detalle sí lo recordamos, que antes de que el referí se interpusiera para detener la desigual confrontación –Saijyo se batió como un león, es justo acotarlo-desde su esquina el hermano del ya excampeón tiró al centro del enlonado una blanca toalla, como se estilaba para la época, que significaba el fin, la rendición)

Antonio Gómez, un modesto muchacho cumanés de 26 años, formado en un no menos modesto gimnasio de su ciudad natal bajo la tutela de ese gran forjador de peleadores que fue, como lo bautizaron sus alumnos, “el maestro” Hely Montes (por su sabiduría pasaron montones de estrellas del cuadrilátero, tales como Francisco “Morochito” Rodríguez, Cruz y Alfredo Marcano, Pedro Gómez, José Luis Vallejo, Antonio Esparragoza, entre varios), había llegado a la meta que anhela cualquier boxeador.

Era ya el mejor 126 libras (57,152 kilogramos) del orbe, el indiscutido N° 1 pluma- el mexicano Vicente Saldivar reinaba en la versión del CMB, pero estaba muy lejos de la calidad del criollo.

Con su rotunda victoria se unía Gómez al semicompleto mirandino Vicente Paúl Rondón y al coterráneo de Gómez, el superpluma Alfredo Marcano, para elevar a tres el número de boxeadores nativos con testas coronadas, cifra que crecería en noviembre del mismo año con el zuliano Betulio González, declarado campeón por el Consejo Mundial de Boxeo a raíz de la descalificación del mosca filipino Erbito Salaverría en el polémico fallo “de la botellita”,

Lastimosamente los cuatro cetros resultaron efímeros, volátiles. Pero esa es otra larga historia que no encaja aquí. 

Faltaría añadir que, por fin, los aficionados de todo el país podían celebrar ruidosamente la conquista de un título en la división en la que por años habían soñado entre los años 30 y hasta fines del ’60; vale decir, una larga espera cercana al medio siglo.

En Tokio, cuando una media hora o una hora después de la pelea desde una habitación del hotel Keio Plaza dictábamos, emocionados, palabra por palabra y punto por punto una reseña, improvisada, apresurada y hasta incoherente a nuestra redacción en Caracas para la elaboración y el tiraje de una extra por el diario en que trabajábamos El Nacional, supimos que al igual que en el París que pinta Ernest Hemingway en una de sus novelas, aquel día de hace hoy 52 años, Venezuela era una fiesta. 


Crónica de Jesús Cova: Antonio Gómez convirtió a Venezuela en una fiesta.


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