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El sentido tributo de Jero García a David Gistau.


 Juan Diego Madueño.


La organización de las boxing series, encabezada por Jero García, su entrenador y confidente, retiró la silla en la que solía sentarse el columnista David Gestau y colocó un ramo de flores en su memoria.

Si usted echa de menos a Gistau, si tiene instalado en el subconsciente el timbre de su estilo, si trata de resolver a diario qué escribiría sobre las cuitas políticas o sobre las técnicas de supervivencia desplegadas por el Madríd en la conquista de la penúltima Champions League, aquí no encontrará ninguna respuesta. Lo siento.

Podrá situar, al contrario, la ubicación exacta de Gistau de no haber mediado entre él y nosotros el golpe en el ring que colocó al rey de la distancia reina, marcada por las cuatrocientas palabras, en la vitrina de los mitos.

A punto de cumplirse el tercer aniversario de su muerte, ésta es la única certeza: David Gistau, el Michael Johnson de la columna, habría acudido el viernes a las boxingseries del Gran Casino de Torrelodones, recuperadas tras el paso de la pandemia.

Gistau pesaba una tonelada impreso, pero el apellido no tenía allí el significado conjurado por los periodistas en las tertulias etílicas. Sus amigos del gimnasio hablan de David.


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«David estuvo muy implicado en la celebración de estas veladas. Fue al primero que le conté la idea. Su intención era darle visibilidad al boxeo, sacarlo del reverso tenebroso.

«Estas veladas en el casino devuelven el glamour al deporte. Tienen el rollo de Las Vegas. Eso le encantaba», cuenta Jero García, el tipo que inspiró el personaje de Golpes bajos (La esfera de los libros), la novela publicada en 2017 por el reportero que pasó una tarde en Hernani y escribió «si para la militancia el odio era una adicción, una droga, ahora tratan de quitarse con una metadona mental que forma parte de los ejercicios de memoria selectiva»; la sombra «que nos dejó huérfanos».

La organización, al filo de las once de la noche, antes de disputarse el combate de invictos entre Damián Guinea -«un hermano para David»- y Jairo Delgado, retiró «para siempre» la silla en la que se sentó Gistau desde que en junio de 2015 empezaron a celebrarse las noches castizas de la molienda en la carretera de la Coruña.

 

El sentido tributo de Jero García a David Gistau.

Jero, Miriam «La Reina» y David.


Allí, una madrugada que llovía, arrecíos en la cuneta tras haber sufrido un accidente de coche, Gistau aconsejó marcharse a Garci. «Nunca te voy a dejar solo», respondió el director de cine. Sonaron diez campanas como diez salvas en honor del tipo imantado por los bajos fondos.

Que construyó una vida a contracorriente, alejado de los convencionalismos burgueses, barajado entre la fauna de «los barrios bravos», encantado por la atmósfera ejque, la declinación madrilé de la ciudad por contar.

Repicaba la hermandad, como la noche del choque, reunida alrededor de la fogata de las 16 cuerdas. Al pasar de sus fotografías en blanco y negro, 750 personas se levantaron.

«Las diez campanas son nuestro minuto de silencio», explica Jero. «Estamos incompletos. David ha dejado un vacío enorme. Es nuestra forma de decirle que le echamos mucho de menos», anunció el speaker. Cada velada, habrá un ramo de flores en la esquina más cercana a los suyos y el aficionado, el lector, los amigos, podrán asomarse al hueco de la silla retirada.


El sentido tributo de Jero García a David Gistau.


Los Chavales de Jero

En realidad, se trata de un pequeño cráter en comparación con la envergadura desplegada en la conquista total del periodismo. O de su pasión por la lealtad. O de la pegada exhibida en las columnas de juventud. Al evento acudieron, con sus mejores chándales, los guardianes de la esencia del box.

Había narices machacadas, miradas sospechosas, gorras gánsteriles, utilitarios tuneados rugiendo en el aparcamiento, mujeronas que escalaban taconazos, chavales fibrosos. Las entradas oscilaban entre los 35 y los 85 euros. Los de Jero, agrupados detrás del público, jaleaban a Manitas de Piedra.

-Al bazo, al bazo.

-Esa.

-¡Bien! Lo ha notado.

Había máquinas de humo que intentaban recrear el ambiente obsoleto prendido por el chasquido de los mecheros, cerca de la barra tintineaban los hielos, una colección de invitados ocupaba las mesas y una chica guapa paseaba el cartelón del cuarto round.

A la 1, en el último combate de la noche, Brian Peláez, otro de los pupilos de Jero, aflojó las rodillas a la Bamba Negra. Atracó cinco o seis puñetazos en el muelle del mentón antes de que sonara la campana del noveno asalto.

«Este cinturón se va para el barrio», coreaban los partidarios. Nadie le canta ya al boxeo.

«Había grandes periodistas y escritores que hablaron maravillas del boxeo. Lo que ocurre en este país sólo pasa aquí. Se ha dejado de lado al boxeo. Lo relacionan con el franquismo. Desde que nos dejó David nos hemos quedado un poquito cojos.

«Cogió la estela de Azcona, Vadillo y Manolo Alcántara. La amistad con José Luis Garci le marcó. Estaba bastante influenciado por esos textos. Siempre le decía que su prosa se convertía en poesía al escribir de boxeo».

Ricardo estaba sentado en cuarta fila. «No sé qué tiene, pero me atrae de siempre». Está enganchado a la dulce ciencia. «Hay algo aquí que me llama la atención. Venir al casino es mejor. Es más caro, pero hace menos frío que en la cubierta de Leganés». Daniela, hija del creador de Molu, la marca deportiva, y cuñada de Guinea, no entiende la mala fama. «La gente no ve más allá. Aquí no se pegan sin más. El boxeo estaba considerado barriobajero y esto», la moqueta, las luces bajas, la calefacción, el ajetreo de la ruleta, «le da otro aire, otra importancia», reflexiona.

¿Le habría molestado a David Gistau este homenaje? «Me da igual. Con el boxeo le tocaría la fibra. Le echo de menos», confiesa Jero.

«Sus frases están en mis gimnasios, también sus fotografías. Cuando recuerdas a una persona, esa persona nunca muere».


El sentido tributo de Jero García a David Gistau.



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